Hay límites que no se deben pasar. Si un edificio está protegido, desprotegerlo, según cualquier causa, da una imagen de verdadera irresponsabilidad, por no decir desvergüenza. Es lo que ocurre con el antiguo Hotel La Mundial, que es un edificio adaptado totalmente a su entorno, una joya de poco tamaño y de discreto impacto, con todo el encanto de la arquitectura decimonónica malagueña, discreta pero bien hecha. Todo lo contrario que el edificio bajo cuya excusa se le ha quitado la protección que tenía otorgada, es decir, el mastodóntico hotel de Moneo que la Promotora Braser quiere construir saltándose tres cosas nada menos: el callejero urbano, puesto que el Pasillo de Atocha se elimina en una actuación de especulación urbanística apenas disimulada con un mal entendido progreso; la altura de los edificios de un entorno protegido y la protección de un edificio al que condena a la ruina. Para empezar, diremos lo que ninguna persona se atreve a decir: Moneo es un arquitecto irregular, por mucho que la mayoría de arquitectos se empeñe en defenderlo. Ha hecho maravillas como el Museo Romano de Mérida, pero no toda su producción es igual. El verdadero mérito de Moneo habría estado en hacer un edificio singular respetando los tres elementos antes descritos, salvando el Pasillo de Atocha mediante un pasaje elevado, por ejemplo. Es, de hecho, una solución adoptada en el edificio que construyó frente a la Catedral de Murcia, ciudad que, al igual que Málaga, ha sido desestimada como capital cultural quizás por el progreso mal entendido que comparte con Málaga, materializado en la ansiedad por contar con un proyecto “al por mayor” de Moneo, y eso que el de Murcia está mucho mejor cuidado y es más respetuoso que el de Málaga, que será un cubo blanco de diez plantas, sin contar con el entorno y con todos los vanos cortados por el mismo patrón… Esa blanca neutralidad fue lo que Adolf Loos ideó para el edificio de Goldman & Salatsch en Viena en 1910, respetando al máximo el entorno y la tradición vieneses, un tour de force que se saldó con la inmortalidad de su arquitecto. Cien años después, ese cubo como caído del cielo creerá que desciende de la egregia tradición de Loos, pero sólo comparte, y mal entendida, su blancura, que ha dejado de ser neutral para convertirse en llamativa a toda costa. No, ni ese proyecto es digno de Moneo ni es digno de una ciudad respetuosa con su patrimonio, ¿pero quién dijo que Málaga lo fuera?
Naser Rodríguez García.
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