Carta de Jesús Manuel Ortiz Morales

CARTA DE APOYO AL MANIFIESTO   
 
 

El nuevo, sorprendente y “modernizador” proyecto urbanístico para Atarazanas, avalado por un diseño “de marca” creo que contiene muchas de las claves de por qué ha sido rechazada la candidatura de Málaga como capitalidad cultural (algo que parece que nuestros representantes políticos no han llegado a comprender, o no han querido comprender, y que a muchos de los malagueños nos produce sonrojo y vergüenza ajena): cuando alguien se postula como capital cultural queda, habitualmente, sobreentendido que se trata de un lugar donde se aprecia la cultura, el arte y el patrimonio legado por los antecesores con un cuidado exquisito. La contradicción, en este caso, es demasiado evidente para todos, excepto para los que se han beneficiado, en alguna manera, mientras ha durado esa propuesta descabellada.

    Y es que no hay nada tan descabellado como pensar que Málaga, y en especial, sus autoridades y representantes públicos, aman el  patrimonio cultural legado por nuestros antepasados. A las pruebas históricas desde los años 50 me remito: a la “moderna” Malagueta, al Málaga Palacio o a la inmisericorde destrucción histórico-patrimonial del Perchel. De hecho, he llegado a la conclusión que, no solo no lo aprecian, sino que lo odian como un obstáculo en sus intereses variados al llegar al poder.

Volvamos a decirlo otra vez (porque yo no soy más que el último de una larga lista):  el milagro artístico y social que representa que Málaga ( una ciudad abandonada de la mano de Dios la mayor parte de su historia, pobre, casi miserable, sin edificios monumentales, de “marca”, ni inversión o apoyo estatal excepto para convertirla en “cuartel permanente” o “convento inmenso; o, por decirlo de una manera más cruda, una ciudad que no produce “ciudadanos” o “señores”, sino “gente de Málaga”), terminara llevándose el sobrenombre de Málaga “la bella” estando encajonada en un lugar donde ocurren algunas de las ciudades más bellas del mundo (y esto sí que es evidente: Sevilla, Granada, Córdoba o Cádiz) no ha sido entendido, o no se ha querido entender, en general, por nuestros próceres (salvando, naturalmente, alguna histórica excepción en algún momento puntual).

El que la belleza de Málaga estribaba en la planimetría acogedora, entrañable, “a medida humana”, en la exquisita configuración “hechicera” de sus recovecos y sus esquinas, en la dulzura y ambiente de sus rincones, en el encanto de una arquitectura pobre, pero impecablemente adaptada al entorno, eternamente romántica e íntima. Una belleza fácilmente visible y comprensible por cualquier amante de la ciudad, y que solo está esperando el momento y la persona adecuada que sean capaces de sacarlo a relucir. Y que no sería, en absoluto, demasiado caro ni difícil: solo hay que tener voluntad de hacerlo.

En cambio, cada vez que nuestras autoridades conceden permisos para destruir dichos volúmenes (con adefesios inmensos) o eliminar trazados, o diseños ornamentales (balconadas, azulejos, fuentes, bancos, suelos de mosaico, adoquinados) perdemos parte de nuestra “otra memoria historíca”, de nuestro patrimonio común como malagueños, y se hace evidente que desprecian absolutamente los grandes logros de la arquitectura popular de los siglos anteriores. Buscando proyectos “rupturistas” de diseño, el camino del éxito demasiado fácil, desprecian el inmenso arte de nuestros antepasados que hicieron de la pobreza  y la necesidad, belleza y encanto.

Solo cuando se dan cuenta de que se pueden llegar a poner en valor  un terreno con un resultado espectacular (como el interior del hotel Vinci de Atarazanas, que ofrece algo absolutamente maravilloso e impensable en ofertas de este tipo, gracias precisamente al cuidado exquisito en ese aspecto) y, finalmente, especular con el valor que dicho patrimonio representa; es cuando se ponen las pilas: pero, solo y exclusivamente, para renovar el sitio, “adaptarlo”, y finalmente destruirlo para las generaciones futuras a cambio de un puñado de billetes. Lo que se dice matar la gallina de los huevos de oro, pronto y claro.

En el caso de la esquina que comentamos, por ejemplo, mientras algunos solo ven edificios y solares ruinosos que hay que tapar como sea; otros solo vemos sus inmensas posibilidades y lo fácil que sería obtener un rincón precioso simplemente respetando lo que queda, recuperando lo perdido intencionadamente (fueron tres incendios consecutivos el mismo día y en el mismo edificio protegido: los ví personalmente, porque me pilla en zona de paso habitual. Eso no puede ser casual en absoluto) o, como mínimo, con la estética de toda la zona, y que nunca debieron perder: estética fácil de comprobar en la fachada del Pasillo  Santa Isabel, en lo que queda de Atarazanas o en casi toda la calle Panaderos (excepto, precisamente, su esquina al río) y, en todo caso, si no hay más remedio,completandolo con un buen edificio, de “marca”, pero bien  integrado: por ejemplo, el Moneo, pero de 5 plantas, adaptando en su  esquina armónicamente el entrañable edificio de la “Mundial”, completando, que no devorando, la plazoleta del Hoyo, y dejando pasar bajo él  el pasillo de Atocha. Se supone que para cosas como esas son para las que se necesita a un buen arquitecto.

Málaga, de forma milagrosa y sin que nadie sepa cómo, todavía (a pesar de las contínuas puñaladas a su trazado) reúne condiciones ideales en su centro histórico, para convertirse en un lugar muy atractivo, tanto para sus ciudadanos como para los visitantes, transformándose en beneficiaria de una industria (turismo cultural) útil, bella y sostenible, a la vez que un motivo de orgullo para sus habitantes. El sueño imposible de muchas ciudades. Solo hace falta cuidar muy delicadamente cada esquina, cada rincón del centro, vigilando las perspectivas y los volúmenes, es decir, amar el patrimonio legado. Lo que no se hace.

Por otro lado, si el famoso diseño Moneo necesita  forzosamente las diez plantas para expresarse (aunque primero se dijo que serían 7, luego 9, ahora 10, y a la hora de la verdad serán 11+1) seguimos viendo la propuesta excelente con este matiz: la Málaga pujante del futuro está llena de barrios nuevos que necesitan “ponerse en valor arquitectónico”, y nada mejor que un proyecto de este tipo.

Sin embargo lo que es bastante estúpido es que, cuando se tiene posibilidad de tener dos puntos de atracción ciudadana (una esquina histórica atractiva, y un “entorno Moneo” en otra zona diferente ) se pretenda que una destruya  a la otra, arruinando ambas perspectivas y volviéndolas incompatibles: vistiendo un santo con la ropa de otro. Parece claro que los motivos no son urbanísticos (o sí, aunque de otro color intencional). En cualquier caso, no parece que sea el comportamiento esperado de una capital cultural.

El que un margen del río que ha sido de una belleza dentro de su pobreza tan elegante que cualquier desviación o variación del mismo aparecería como un error, tanto o más grave, según se desvíe, más o menos, de dicha propuesta verdaderamente específica y “adaptada al entorno” ( y remito a las fotografías disponibles de la zona a finales del S.XIX o, todavía mejor, los grabados del S.XVIII, que los hay muy buenos y detallados) se haya dejado perder y arruinar (voluntariamente) a lo largo de años y décadas de desidia para terminar convirtiendose en el solar germinal de la futura Malagueta 2 y en la excusa para una muralla de cemento de 10 plantas mínimo desde el museo de artes populares (éste incluido, en su ampliación inminente); hasta casi el CARE del Muelle Heredia; pues esa será la consecuencia inevitable de todo este ajetreo; será la vergüenza urbanística que le toque arrastrar a nuestra generación para la historia.

La justificación lo dice todo de nuestros políticos: dado que ya se han permitido una o dos espectaculares salvajadas por esa zona, en vez de intentar que en una, o dos generaciones como mucho se pueden enmendar tales despropósitos, lo mejor es darlo todo por perdido y convertir en una salvajada la zona entera, o mejor aún, todo el tramo del río Guadalmedina, de un plumazo: ese es el famoso equilibrio del que habla el alcalde. Via libre al ladrillo, en pleno centro histórico.

Creo que si, además de ignorar y despreciar un entorno legado por nuestros antecesores, incluyendo calles y plazoletas enteras, se hace también de manera que tampoco lo puedan recuperar las generaciones futuras, da lugar, entonces, no ya una falta por irresponsabilidad o inconsciencia, sino directamente un delito muy cercano al robo al patrimonio común como malagueños. Un delito muy grave. Y que nos salpica como cómplices, ya que, cuando las futuras generaciones, más preparadas en este sentido, nos hagan el inevitable “juicio histórico” por nuestra “gestión de los recursos heredados”, entre otros el valor paisajístico y ambiental de la ciudad, la culpa de tal pérdida y desastre no la tendrán solo nuestros próceres, por avaricia: todos seremos igualmente culpables, por desidia. Y yo el primero.

Por ese motivo, en este momento, creo mi deber unir mi voz a la suya, tan bien expresada, para decir con ustedes: no a las 10 plantas del hotel. No a la subida de alturas en el centro histórico. Por favor.


            Jesus Manuel Ortiz Morales, músico.
               

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